26.2.15

EL TOCINICO DE SAN ANTÓN


En nuestro  pintoresco y original pueblo de Alcaine, siempre hemos tenido costumbres o normas de convivencia para llevar las buenas relaciones entre la vecindad. En estas costumbres o normas estaba la de formar cofradías, que eran como un club de amigos.

Yo particularmente he conocido dos: La de los Santos Mártires (o habaneros) que la celebraban sus “cofrades” el día veinte de Enero (festividad de San Fabián y San Sebastián). Esta cofradía estaba  compuesta por los hombres que habían participado en la  guerra de Cuba (allá por los años 1898 o por ahí), personas bien conocidas en el  pueblo con  el cariñoso apodo o mote de los Habaneros. Lo curioso de esta cofradía es que salieron hacia Cuba el día veinte de enero y regresaron a España también el día veinte de enero (bonita casualidad ¿verdad?). Después a esta  cofradía se agregaron también los que combatieron en  la guerra de África (allá por los años 1920 y tantos). Disfrutando todos juntos en la misma fecha de conmemoraciones, con mucha  alegría y gran animación todos armoniosamente.

Pero hubo antes de esta cofradía otra, llamada de San Antón en honor a San Antonio Abad, (patrón de los animales), y se celebraba el día diecisiete de Enero. Lo disfrutaban con mucho entusiasmo y gran alboroto, porque ese mismo día empezaban los carnavales. El caso es que esta cofradía tenía una peculiaridad muy especial. Estos cofrades tenían la tradición, todos de acuerdo, de comprar un cerdico (un tocinico) allá por el final de la primavera. A este animal se le dejaba vivir a sus anchas, sin vacía fija donde comer, ni porquera (o casilla) donde dormir; todo lo hacía como buenamente quería o podía. Al andar siempre suelto, recorría todo el pueblo procurando alimentarse donde encontraba algo. Alguien le daba algún desperdicio de comidas, voluntariamente, pero más bien recibía algún garrotazo. La cuestión es que a trancas y barrancas vivía su medio año, más o menos el animalito, hasta que le llegaba su hora fatal. De aquí viene la leyenda que cuando una persona anda mucho por las calles, por aquí asomo por allá traspongo, sin una misión fija que  cumplir se le decía: “este se paice al tocinico de San Antón”. Total, que llegado el día señalado, había que sacrificar al “tocinico, cosa que se hacía; pero además de preparar todos los utensilios para guisarlo (sartenes, ollas, parrillas, leña, fuego y etc.). Con todo ya apunto de actuar, no se olvidaban de cumplir con  parroquia. Se celebraba una misa por todo lo alto, saliendo el cura bajo palio acompañado por seis “hacheros” con sus hachas encendidas (las hachas eran como unos grandes  cirios, como metro y medio de alto y grueso como el doble del palo de la bandera) y en procesión y rezando se daba la vuelta al pueblo.

Luego, con posterioridad a la procesión, unos a preparar la comida y otros a componer mesas y asientos hasta que llegaba el  momento cumbre. Mucho y bien comer del famoso “tocinico”, que también se regaba en abundancia con el buen vino cosechado y elaborado en el mismo pueblo por las gentes del lugar. Después, como es natural, bien comidos y bien bebidos, aflora el humor y la alegría, ya se empieza a cantar, más tragos y más juerga, hasta que al final de la tarde se organizaba un rondalla para dar la vuelta al pueblo parando de trecho en trecho a  cantar las animadas jotas  y además, remojar las gargantas por si se iban secando, que aquí todos querían cantar su “jotica”. Esta rondalla tenía la particularidad que en ella participaba las caballerías (caballos, mulos o machos como se les decía en el pueblo y los  burros), montados por sus propios dueños y además tapados con cubiertas de colorines u otras ropas bien floreadas que llamaran la atención que para eso era carnaval. Había que seguir manteniendo ese buen ambiente y al ir todos un poco más “cargadicos” de lo que marcan los cánones, cada uno soltaba su “¡viva esto¡” “¡viva lo otro¡” y algún exaltado (que en todas partes los hay) soltaba el improperio para hacerse el interesante y llamar la atención “¡¡viva San Antón¡¡ mecaguen el Copón¡¡” Más bien como dicho o por hacerse el gracioso y dejarse oír que por ofensa al clero ni a la iglesia. Terminada la vuelta al pueblo con la rondalla, se daba por terminada la fiesta.

Conque todos satisfechos por su buena faena, a esperar la llegada del año siguiente. Los enseres y utensilio de la cofradía y la fiesta (ollas, sartenes, parrillas y etc. además del palio, hachas, velas y demás cosas) se guardaba en  la sacristía de los cofrades que está o estaba frente a la sacristía del cura, o sea, a la izquierda del Altar Mayor. Este es el pequeño recuerdo de una  de las curiosidades o tradiciones, que se han vivido en nuestro singular y  muy queridísimo  pueblo.

Febrero  del 2015

Manuel Tomeo Lerin (El Sebastián)
                                                                                                                                                                                                 

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