LA SEMANA SANTA
Aún puedo acordarme yo de cómo se celebraba la “SEMANA SANTA” en Alcaine, mi pueblo, allá por los años 40 y tantos. ¡Con que devoción y respeto se vivía en aquellos tiempos!
El Jueves Santo tenía una importancia tremenda.
A nadie se le ocurría ni siquiera hacer intención de trabajar en ninguna clase de actividad. Era fiesta total y muy sentida.
La única faena que se hacía era ir a la iglesia a rezar y visitar “el Monumento”. Se tenía tanta fe, creencia y respeto a las normas, que nadie intentaba hacer otra cosa.
El Jueves y el Viernes Santo las campanas de la iglesia no se dejaban oír, estaban muertas y para anunciar los oficios divinos, los monaguillos junto con otros chicos, salían de la iglesia, provistos de matracas y carracas (rodetas les decíamos en el pueblo). Se daba la vuelta al pueblo; se hacían paradas de trecho en trecho, para que se enterara todo el vecindario y en cada parada se cantaba esto: ”Fieles cristianos, al primer toque, a misa”.
Eran siete u ocho paradas, y se daban tres vueltas al pueblo, repitiendo lo mismo; solo cambiaba el decir: “Al primer toque”, ”Al segundo toque” o “Al tercer toque” según la vuelta que íbamos dando. Estos llamamientos sin campana, se hacían el Jueves y el Viernes Santo, tanto para las misas, víspera, rosarios o para cualquier rezo que se quisiera oficiar.
Pero el Viernes Santo se celebraba la gran ceremonia del Vía Crucis. Se desarrollaba en el “Monte Calvario” (los Calvarios para el pueblo).
Los Calvarios por aquella época, eran un recinto precioso, el cual estaba protegido. Por la parte de abajo y por la izquierda por muretes de piedra (paradas les decimos en el pueblo); por la derecha, por ribazos de tierra elevados y por la parte de arriba por la montaña del Serrallón para que no se pudiera entrar con facilidad. La entrada y salida estaban protegidas por dos grandes puertas: una al principio de la calle más baja, y otra al final de la calle más alta y última. Tenían mas de dos metros de altas y un par de metros de anchas; partidas en dos hojas y con sus buenas cerraduras y bajo un amplio sobreportal por donde los críos paseábamos por encima como si tal cosa.
El Calvario se componía de ocho calles, unidas entre si y en zigzag, para salvar el desnivel de la ladera. Todas ellas estaban pobladas de olivos en sus orillas y de tanto en tanto algún ciprés, y muchos en la calle más alta. También había en las calles y repartidos proporcionalmente catorce “peirones” representando cada uno una estación del Via Crucis.
Pues bien, para ir a rezar el Via Crucis al calvario se partía de la iglesia, que estaba a unos cien metros del mismo por la parte de abajo, y con el sacerdote vestido para la ceremonia, nos dirigíamos por la calle de San Miguel y en procesión hasta el Calvario, llevando en andas una tarima y entre cuatro personas, la imagen de la Virgen Dolorosa y otra persona con un gran crucifijo. Caminando se iba cantando y rezando los cánticos y oraciones de tal oficio divino, empezando por el “Miserere” y siguiendo también el “Perdona tu pueblo Señor”, el “Amante Jesús Mio” aparte de las demás oraciones “Padre Nuestro” “Ave Maria” y “Gloria”.
Pero a los cuatro pasos de entrar en la primera calle, te encontrabas con el primer peirón de un par de metros de altura; cuatro lados de cincuenta o sesenta centímetros de ancho y arriba una cúpula, con una hornacina, que dentro tenia un azulejo de unos veinticinco centímetros en cuadro y pintado, representando la primera estación, que muestra cuando “JESUS ES CONDENADO A MUERTE”. Delante de este peirón y arrodillados, se rezaban las oraciones y luego puestos de pie y caminando se cantaba parte del Miserere y el “Perdona a tu pueblo”
Perdona tu pueblo Señor
Perdona tu pueblo
Perdónale Señor
No estés eternamente enojado
No estés eternamente enojado
Perdónale Señor
Y se seguía caminando y cantando
Amante Jesús Mio
!Oh cuanto te Ofendí
Perdona mi extravió
Y ten piedad de mi
Y ten piedad de mi
Mirándote exánime
Clavado en esa cruz
Nos das dolor y lastima
Amante y buen Jesús.
Con la procesión en marcha se llegaba al segundo peirón que con su azulejo representativo, indicaba la segunda estación mostrando a: “JESUS CARGA CON LA CRUZ”
Se hacían los mismos rezos y ofrecimientos que en la anterior.
Se iba a buscar el tercer peirón que se correspondía con la tercera estación “JESUS CAE BAJO EL PESO DE LA CRUZ”.
Caminábamos hacia el cuarto peirón con la cuarta estación “JESUS SE ENCUENTRA CON SU MADRE”. Se hacían las mismas ceremonias que en las anteriores, que como ya he dicho antes eran ocho preciosas calles, en lo que hoy es el aparcamiento y su entorno.
Seguíamos hacia la quinta estación “JESUS ES AYUDADO POR EL CIRINEO” bien representada en su peirón correspondiente, con toda la fe y entusiasmo donde ofrecíamos todo el repertorio.
Seguía la procesión con todas sus plegarias, para alcanzar la sexta estación “LA VERÓNICA, LIMPIA EL ROSTRO DE JESUS”. En su propio peirón su azulejo demostrativo.
Se seguía avanzando después de haber cumplido todos los rituales, a encontrar la séptima estación “JESUS CAE POR SEGUNDA VEZ BAJO EL PESO DE LA CRUZ”. Lo mismo, en su peirón quedaba reflejada la triste escena. La procesión seguía su caminar con toda devoción y respeto, repitiendo y entonando la misma liturgia, así hasta encontrar el octavo peirón. En su azulejo se mostraba la octava estación en donde “JESUS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALEN”. Postrados de rodillas y rezando las oraciones, en este fervoroso momento, se oía a lo lejos una ”saeta”(cántico religioso andaluz) interpretada por María Carreras, María "la andaluza", que por aquellos años vivía en el pueblo y que se casó con Silvestre Luna, Silvestre "el meta", hijo del pueblo.
El cántico decía así:
Ya viene la DOLOROSA
Con el corazón partido
Viendo a su hijo JESUS
Soportando este castigo
Después de este emocionante momento, con sentida admiración, reemprendíamos la marcha con toda la procesión y sus cánticos, e íbamos a encontrar la novena estación que en su peirón y azulejo nos mostraba cuando “JESUS CAE POR TERCERA VEZ BAJO EL PESO DE LA CRUZ”. Arrodillados ante él para rezar y luego ya en pie, caminábamos repitiendo los cánticos, e íbamos a por la décima estación donde se veía en el dibujo del peirón a “JESUS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS”. Las mismas ceremonias que en las anteriores, y siguiendo con la misma devoción y buen deseo, llegábamos ante la undécima estación. Su peirón mostraba “JESUS ES CLAVADO EN LA CRUZ”. Arrodillados ante él y cumpliendo todas las normas establecidas, en pie, otra vez andando y cantando los cánticos religiosos, llegábamos a la duodécima estación. La triste escena representada en el peirón, nos hacía ver cuando “JESUS MUERE EN LA CRUZ”. Se seguía adelante y a conseguir llegar al otro peirón. Ya nos marcaba la decimotercera estación. Representaba el grabado, cuando “JESUS ES BAJADO DE LA CRUZ” otra conmovedora escena a la cual se le dedican todos oficios, y en la última calle y en su mitad, nos encontrábamos con una pequeña “capillita”. En su interior había una imagen de la Virgen del Rosario y otra de San Antonio de Padua. También se rezaba arrodillados delante de ella, y puestos en pie, a buscar la decimocuarta y última estación. En el peirón su azulejo estaba representado cuando “JESUS ES SEPULTADO”.
Delante de este peirón se terminaban los rezos y cánticos de la procesión y se llegaba a la plaza del Sepulcro, una plazoleta con un gran olmo en el medio, donde estaba el sepulcro ( hoy en día, todo esto está desaparecido). Era una gran ermita con altares a los lados y al fondo un altar mayor, donde había una gran imagen tallada de Nuestro Señor Yacente. Estos altares estaban muy arregladitos para estas celebraciones y además había una señora que se cuidaba de iluminarlos de una manera muy especial. Tenía unos platos, en los que ponía unas doce o catorce cáscaras de caracol, las rellenaba de aceite y dentro les ponía una mechita de algodón que al prenderles fuego, daban un aspecto original y muy llamativo. Esta señora, la tía Dolores “la Bernardina” se encargaba de hacerlo, cuidarlo y mantenerlo durante los “oficios”. Todo el personal quedaba sorprendido de tal maravilla y ya con todos los feligreses dentro del sepulcro, el sacerdote rezaba un responso y una vez acabado, se salía y por la calle de la “nevera”, se bajaba hacia la iglesia para celebrar las vísperas. El sacerdote subido en el pulpito o predicadera nos echaba el sermón de “ la bofetada”, que significaba que habiéndole dado a Jesús una bofetada sin ningún motivo Él pone la otra mejilla para hacerles ver la injusticia que cometían. Otras veces también echaba el sermón de las “siete palabras” que eran como siete frases sensatas y sentenciosas.
Terminados estos oficios divinos ya se había cumplido con la obligación y devoción de la Cuaresma.
Al día siguiente ya era Sábado de Resurrección y al otro Domingo de Pascua, una gran festividad. Entre la noche del Sábado de Resurrección y Domingo de Pascua, los mozos solíamos “enramar “ a las mozas, poniéndoles un pino al lado de la puerta o un arco de barda en la ventana, que las mozas agradecían dando después en recompensa una buena tarta (la “rosca” le decíamos aquí”) que después íbamos a comerla al puente de “Val del agua” todos juntos. Allí preparando bailes y juergas con aquella alegría y vitalidad de la juventud, terminábamos la CUARESMA Y LA PASCUA.