25.10.10

LA CLOCADA

LA CLOCADA.


Allá por mitad de febrero, o cosa así, alguna de las gallinas que se tenían en casa, se ponían “culecas”, o sea, clueca. ¿Qué quiere decir esto? Pues que al animal, le acometía una fuerte subida de temperatura que le provocaba al animal (que era como si estuviera en celo), buscar por todos los medios un posible sitio en el que hubiera huevos para cubrirlos; su instinto natural, les decía que de allí saldrían sus polluelos. La dueña de la casa, enseguida se daba cuenta de la situación y sin perder el tiempo, empezaba a trabajar. 

Con los huevos que tenía en casa y con buena camaradería, iba a ofrecerlos y cambiarlos con las vecinas, siempre que estos fueran frescos y que además tuvieran gallo, porque si no estaban fecundados, no nacían polluelos. De tal manera, con dos de esta, dos de la otra y dos de la de más allá, juntaba doce o catorce huevos. Seguidamente, se le preparaba a la gallina en algún canasto, con paja bien arregladita y acomodando los huevos en el centro, la gallina por intuición, los cubría nada más verlos con tanto deseo y empeño que no los abandonaba ni para comer. Tanto era su entusiasmo, que la dueña para alimentarla tenía que cogerla en brazos. Con una mano le abría el pico y con la otra le iba metiendo granos de maíz, trigo u otros granos, a esto se le llamaba “empapurnar”. Una vez alimentada, la gallina volvía rápidamente a su propósito, cubrir los huevos.

La incubación duraba 21 días y cumplido este tiempo, empezaban a eclosionar los huevos, es decir, que los polluelos desde el interior del huevo salían al exterior rompiendo la cáscara, como a empujoncitos, hasta que se desprendían de ella. La clueca (gallina), con el pico, iba echando las cáscaras fuera del canasto. Una vez nacidos, procuraban meterse debajo de la gallina, que cariñosamente ahuecaba sus plumas para dar cobijo a todos. Los polluelos, instintivamente, empezaban a picotear y la dueña, en algún tarro, les preparaba algo de salvado húmedo para que pudieran empezar a comer. Pronto la “mama” gallina los hacía saltar del canasto para que le siguieran, siendo una ferviente tutora y defensora de sus polluelos, no dejando que se acercaran perros ni gatos a su alrededor. Tal era su afán protector que incluso arremetía contra las personas que se acercaban demasiado a sus polluelos, haciendo un característico “clo, clo, clo”. Pues así, ella con su clo, clo, clo y ellos con su pio, pio, pio, se iban incorporando a la vida que llevarían, recorrer el entorno mientras picoteaban todo lo que encontrasen a su paso.


El tiempo pasa deprisa, y sin pausa pero sin prisa, los polluelos se distanciaban de su madre pasados los dos meses y medio o tres, ya habían cambiado el plumón por finas plumas y con ese tiempo, los polluelos ya eran “picantones” y pasado más, los pollos se transformaban en pollos “tomateros”, que guisados con dichas hortalizas u otras similares, resultaban “bocatto di cardinale”, ricos, ricos.


Una vez pasado ese tiempo, ya se podía saber sin mucha dificultad si eran machos o hembras. Distinguido su sexo, se les preparaba para su servicio, los pollos para sacrificarlos entre huéspedes de compromiso o comerlos en días señalados y las pollitas a esperar que a su debido tiempo empezaran a poner, que los huevos además de alimento, también servían de intercambio comercial. Una docena vendida podía ayudar mucho a la economía casera.

De los pollos se guardaban dos: uno para la comida de san Agustín (fiesta y patrono del pueblo) y el otro, el más apuesto de la clocada, se dejaba como gallo, para que hiciese de jefe y director de las gallinas de su corral. El gallo apuesto, presumiendo de sus atributos (barbas largas y coloradas, grande, colorada, carnosa y encrespada cresta), se paseaba ufano entre sus gallinas, a las cuales defendía y vigilaba, evitando que otros gallos se entrometieran en su cuadrilla. Si había que pelear, peleaba hasta ahuyentar al intruso y cuando lo conseguía, soltaba un sonoro quiquiriquí en señal de victoria. Además, se encargaba gustoso de satisfacer a todas sus gallinas.


Al final de la jornada, cuando se había puesto el sol, marchaban hacia el gallinero, cenando si su dueña les había guardado algo. A la mañana siguiente, al amanecer, el gallo a modo de despertador, levantaba a los dueños con sus fortísimos “quiquiriquís”, con el fin de emprender las tareas del nuevo día, que no eran pocas.

PD: algunas mujeres, si las gallinas que se ponían cluecas no querían que incubaran, tenían la vil idea de atarles las alas una cuerda por encima del cuerpo, como si llevaran una bandera, o les arremangaran las faldas. Además, para quitarles aquella calentura natural, las metían en un caldero con agua fría. ¿Malas ideas, verdad?


Manuel Tomeo
(el Sebastian)








10.10.10

RECUERDOS (6)

CÓMO SE CELEBRABA LA MATANZA DEL CERDO EN MI JUVENTUD

Unos días antes del señalado para matar al tocino (el cerdo) se preparaba una buena carga de leña de romero; los mejores que encontrabas en el campo y entre ellos algunas aliagas de tronco largo –ya diremos para que. Los romeros eran para hacer una buena fogata y calentar un caldero de agua (el caldero de mondonguear se llamaba), cuya agua hirviendo serviría para pelar el tocino a su debido tiempo.

Una semana antes de la fecha de matar al cerdo, te ponías en contacto con el "cortante" para concretar el día. El cortante era el matachín o matarife. La noche antes de matar al cerdo nos juntábamos unos cuantos mozos amigos y se rallaba el pan que ya se había amasado unos 15 días antes, ya que al estar seco se desmenuzaba mejor.



RALLO
 El rallo era un aparato sobre una tabla de unos 80x25, en la cual iba montada una bovedilla de metal, agujereada toda ella y muy áspera. Al frotar el pan contra el hierro quedaba desmenuzado. El rallo tenía en un extremo de la madera una hendidura en forma de media luna. Estando de rodillas, se acoplaba una de las partes al estómago y la otra, en forma recta, alrededor de una sábana. Todos cogían un pan redondo y se frotaba en el rallo hasta que no quedaba pan. Como era cuestión de jóvenes, se competía para ver quien acababa antes. Después, al terminar, sacabas un par de botellas de licor y todos bien animados y contentos. Aquella noche el cerdo ya no cenaba.

ESTRUDES
Un poco antes del amanecer se preparaba un montón de leña en el hogar, encima las "estrudes" (trebedes) y sobre estas, el caldero de mondonguear lleno de agua a punto de hervir. Así, cuando el cortante la necesitara la tenía a punto. Al amanecer, cuando venía el cortante, lo esperábamos los hombres de casa, familiares íntimos y además, algunos vecinos de la calle, contemplando la mesa del sacrificio. Llegado el cortante al amanecer , bajaba mi madre a sacar el cerdo de la casilla (pocilga), que como no había cenado, salía como un rayo. En el patio lo esperábamos: el cortante con un gancho en forma de “S”, un buen pincho en forma de anzuelo por un lado y por la otra parte un redondel para afianzarlo a la pierna. Tan pronto salía el animal detrás de mi madre, el matachín le metía el gancho debajo de la barbilla, otro lo cogía del rabo, otro de las orejas, otros de la ijadas, otros preparados para las patas delanteras, otro para las patas traseras y los demás, por donde se podía.

A priori, se había preparado una fuerte mesa en la cual se ponía el animal encima. El cortante provisto de un gran cuchillo sacaba la cabeza del cerdo fuera de la mesa y con gran maestría, le metía el arma en el pecho buscándole el corazón. Mi madre ya estaba agachada con un gran lebrillo junto a la mesa, al lado del cortante y cuando empezaba a salir la sangre, empezaba a revolverla y agitarla para que no se coagulara. Cuando el cerdo dejaba de sangrar, barreño y sangre para casa, que con ella había muchas cosas que hacer.

Con el cerdo muerto encima de la mesa, se empezaban a bajar desde el hogar pucheros y jarros de agua hirviendo para derramarlos encima del cerdo y escaldarle la piel. El cortante, con unas cazoletas apropiadas, iba pelando al cerdo. Si el animal era de pelo largo, se lo arrancaban para hacer brochas o pinceles. Cuando se había limpiado por una parte, se le daba la vuelta y se hacía lo mismo por la otra parte. Las patas y la cabeza no se escaldaban y con aquellas aliagas de tronco largo encendidas, que había mencionado al inicio, se iba socarrando al cerdo, mientras se le frotaba con una piedra pómez áspera echándole agua a chorrillo hasta dejarlo todo bien limpio. 



Una vez hecho esto, entre cuatro o seis hombres, se llevaba la mesa con el cerdo encima hasta debajo de la ventana de la casa y con un gancho doble cogido a una barra, se enganchaba uno en cada pata trasera. En medio de esa barra había una anilla y a esta se ataba una soga. Con ella y desde la ventana se iba tirando y tirando, hasta que el cerdo quedaba colgado y bien atado a una tranca cruzada en la ventana y sin llegar al suelo, con la tripa hacia fuera. Acto seguido, el matarife, con un gran cuchillo, abría el cerdo desde el culo hasta el cuello. Lo que era la parte de la tripa, quedaba completamente al descubierto y el cortante por allí sacaba todo el mondongo (tripas). Para esto ya estaba preparado un caldero de zinc. Se recogían todas aquellas tripas y se depositaban encima de la mesa. El cortante iba separando la grasa que une los intestinos (lechecillas) y lo dejaba todo a punto para que un par de mujeres fueran a lavarlos al río. Una vez limpios, hacia casa, que había mucho que hacer.

El cortante, mientras, con una estraletica (hacha pequeña) abría el pecho del cerdo para sacar los livianos (pulmones), hígados y corazón. Por abajo se le cortaba la cabeza y se llevaba a la mesa para ir quitándole la piel. El resto del cerdo, colgado y abierto en canal, se le enganchaba un ganchito en la parte baja de la tripa, otro en la pata delantera y al otro lado lo mismo. El cortante iba dividiendo las costillas, separándolas del espinazo retirando la carne que las envolvía, también las espaldas, la tripera o panceta, lomos, blancos (parte grasa entre espalda y jamón), y al final, se le quitaban las piezas y se depositaban en unas canastas. Antes de guardarlas, tenía que venir el alguacil del pueblo a pesar todo el cerdo. Se debía pagar un impuesto llamado "macelo", relacionado con el peso del cerdo (en arrobas). 



CALDERO

Seguidamente, seguía el mondongueo. Con una parte de la sangre que se tenía guardada, el pan rallado de la noche anterior y grasa fresca de freír el cerdo, se amasaba en un barreño haciendo una pasta espesa. Después, como quien hace albóndigas, se hacían unas bolas algo más gordas, y se metían al caldero de mondonguear puesto con agua de antemano. Se ponían a cocer y cuando flotaban, con una espumadera se iban sacando dejándolas donde se podía. Luego, se repartían unas pocas a los íntimos y bien allegados.

Después de las bolas, venía la operación morcilla. Se cocía un gran caldero de arroz. Después de cocido se ponía en un caldero y con la sangre que se tenía reservada, grasa fresca y algunos ingredientes, se iba mezclando todo. Cuando el arroz estaba oscuro por efecto de la sangre y la grasa, estaba ya a punto para ir metiendo la masa en los morcones (partes gruesas de los intestinos). Esta faena se hacía con una máquina llamada mondonguero.  

MONDONGUERO
El mondonguero era un aparato de algo más de un metro de largo, con cuatro patas y sobre estas, una tabla de 25-30 cm de ancho por otro metro de largo. En medio tenía una agujero, donde se ponía un depósito de zinc en forma de embudo; ancho por arriba y por debajo una pequeña salida. El mondonguero tenía una palanca apoyada en un extremo y un émbolo a mitad de palanca, coincidiendo con el depósito. El depósito se llenaba de arroz y haciendo presión sobre este, facilitaba que saliera por la parte estrecha y baja del depósito. Allí ya está preparada la morca para ir llenándola y atándola en tramos más o menos largos, lo que allí irían formando las morcillas.


Hechas las ristras apropiadas, se metían ordenadamente al caldero de mondonguear, que se tenía preparado al fuego lleno de agua. A medida que se iban metiendo, se iban pinchando con una aguja, para que la presión no las reventara. Cuando flotaban, se iban sacando y ya estaban listas para colgar.

LEBRILLO CON CHORIZOS
Con las carnes sueltas que quedaban después a haber separado los jamones, espaldas, costillas, blancos y la piel de la cabeza, se picaban en una picoladora y se amasaban, y en un barreño se les ponían los ingredientes necesarios, según quisieras hacer chorizos o longanizas. Si te parecían pocos los desperdicios del cerdo, se podía matar una oveja o cabra gorda, que ya se tenía preparada para ello. Toda esta pasta se metía en los intestinos delgados, con unos embudos especiales (embutidores), haciendo entrar la carne en las correas empujándola con el dedo pulgar.

Con las longanizas se hacía la ristra entera, pero los chorizos se iban atando en pequeños tramos, como marcando cada ración. Una vez listos, a colgarlos en el granero y que fueran secándose.


Terminado todo el trajín del día, había que preparar la cena: un buen puchero de patatas y verduras, que aliñado con la grasa fresca, quedaba riquísimo. Después se preparaba algún guiso con un pollo del corral o alguna liebre. Para finalizar, una buena sartenada mezclada  del pobre cerdo, y nunca olvidándose de regar la cena con un buen vino de la cosecha. No faltaba la ensalada. A esta cena se invitaba a los familiares más íntimos, algún amigo especial y al cortante. Así, bien comidos y bebidos se acababa el día para todos (menos para el cerdo


Los cortantes que he visto trabajar fueron: el tío Ignacio "el Chichon", el tío José "el Motas", el tío Manuel "el Adán", el tío Miguel "el carrillo", los "Morales", que eran cuatro hermanos (Cristóbal, Agustín, Paco y Pedro), y después creo que también mataron: Emilio "el Plumo" y el Cipriano de la María, pero a estos dos últimos ya no los vi trabajar.


Manuel Tomeo
El Sebastián

25.7.10

RECUERDOS (5)

COMO SE HACÍA EL PAN EN NUESTRO PUEBLO


Fotografía M.A.Gil

Una dura faena que siempre la realizaban las mujeres.


Lo primero que se hacía era ir a pedirle la levadura a cualquier vecina, que hubiera masado recientemente. Al masar, siempre se guardaba un poco de levadura. Después mandaban algún pequeño de la familia a buscar la “chapa.” Este requisito era indispensable.”La chapa” era un cartón redondo de unos cinco cm. de diámetro, con un agujero en la parte superior y una cuerda para colgarla y en el centro, unos números ,marcando un horario que podía ser: las (8) las (8`30) las (9) las (9`30) y así hasta las (12). Estas “chapas”, las tenían los horneros u horneras. La madre te decía: anda hijo mío, ve a casa del tío tal y que te de “chapa” para las 9 y si no la tenía te la daba para la hora mas próxima. La “chapa” era el justificante para poder desarrollar la faena en el horno.


Yo de horneros en activo conocí: “el tio” Adán, “la tía” Teresa “la hornera” o del tío Trubio, “la tía” Teresa “la cuadrada” y “la tía” Manolica “la caretas”.


Y ahora volvamos al principio. En casi todas las casas había un departamento que se le decía la “masadería”, en el cual estaba la “artesa” para masar. La artesa era un recipiente de madera, bastante mas largo de un metro, ancho unos 70 cm. y de altura unos 40 cm., mas ancha de arriba que de abajo y con una buena tapadera.
En la “masadería” también se guardaba alguna talega de harina y en la artesa un “ciazo” (cedazo o tamiz) que se empleaba para cernir o tamizar la harina para que quedara limpia de toda impureza, con el fin de hacer un buen pan.


Pues con todo preparado en la artesa, levadura, agua y harina, la levadura se disolvía en agua y con aquella agua y harina, se iba mezclando hasta hacer una pasta espesa, la cantidad que podían voltear con un brazo y hacían tres o cuatro fardos. Cada fardo de masa que hacían lo depositaban en una canasta de mimbre que tenían al lado y preparada con un “masero” (mantita de lana fina) y cuando estaba llena la canasta, la tapaban con el masero, hundiendo el puño en lo alto; cuando aquel hoyo desaparecía por efecto de la fermentación ya estaba la masa a punto para llevarla al horno.


Los preparativos se hacían al anochecer, pero el amasar se empezaba a las tres o las cuatro de la madrugada. De la masa antes de fermentar, sacaban un puñado, para hacer luego unas torticas a la sartén, que friticas y con un poco de azúcar por encima nos parecía un manjar. De la masa fermentada también se guardaba una pequeña cantidad para “levadura”.


Alrededor de la hora señalada en la “chapa” ya se tenían preparadas unas "andas" que se les decía (los palos de llevar la canasta) y llamando a cualquier vecina le decías: ¿quieres ayudarme a llevar la canasta? Y te respondían que sí, sin ningún reparo. En este viaje también se llevaba la “caja de ir al horno” (un cajoncito de unos 40 cm. de largo, un palmo de ancho y separado en 2 partes por una tabla de madera que sobresalía por arriba formando un asa decorada para cogerlo). Un departamento iba lleno de harina y la “rasera” (instrumento para cortar la masa allá en el horno) y en el otro, la aceitera, azúcar ,o cualquier otro ingrediente, por si se hacia algo extraordinario.



Al llegar al horno, el hornero u hornera te asignaba el sitio que te correspondía. El horno, un gran departamento con su puerta y su ventana, tenía en tres de sus paredes dos ringleras de anchos tableros o aparadores, donde se colocaban las masadas y sus derivados encima de un “mandil” que era como una fina manta de lana para proteger la masa, y en la otra pared, estaba el verdadero “horno de pan cocer” con su bocana para entrar y sacar el pan y por el otro lado otra abertura por donde se controlaba el fuego, la alimentación del mismo, la temperatura y retirar las cenizas. En la parte que te tocaba de esos tableros ponías tu masada, hasta que comprendías que estaba a punto de preparar los panes, que a esto se le llamaba adelgazar. Esta faena se hacia en un gran tablero que había en medio del salón. Allí colocabas tu “masero”, tu “caja de ir al horno” con su harina ,rasera, aceitera y demás ingredientes, acercabas la masa en partes y empezabas a modelar los panes que además para distinguir uno de otros a cada uno se le ponía su señal.


Había estas señales:


- el “moño” que era como un cordón grueso como el dedo y se colocaba encima del pan de lado a lado.
- el “pizco (o pellizco) cerrado” que se hacía apretando un pellizquito en la parte alta del pan y quedaba como una pequeña púa de guitarra.
- el “ pizco abierto” que era como el anterior pero partido.
- el de “ cortada” que le hacían al pan un corte en la parte baja.
- el de “ señalador” que era un aparato de hierro con cinco redondeles que en el del centro salía un mango y con este aparato se marcaban los redondeles encima, dejando bien visible la señal.


Estos panes crudos,tapados con el “mandil” los guardabas en el tablero que el hornero te había asignado, hasta que éste te decía “ya te toca a tú”(o sea ,ya es tu turno). El horno disponía de unas ”palillas” (tablas delgadas, de unos 80 cm. de largo, mas unas manillas para cogerlas, y unos 25 cm. de anchas) adecuadas para transportar el pan, tanto crudo como cocido. En ellas se ponían los panes crudos y se los acercaban al hornero; este los ponía en el palón o pala grande de mango muy largo. El hornero se encargaba de poner los panes crudos en el palón, abrir la bocana del horno y colocar los panes crudos en el sitio mas adecuado del horno, para que se fueran cociendo bajo su atenta vigilancia.

Cuando comprendía que estaban cocidos, avisaba a la dueña, que acudía con su palilla a recoger los que le iba entregando el hornero y los llevaba al tablero para que se enfriaran y contar las piezas que tenía. Este recuento venia a verificarlo una persona socia del horno (el horno era de una S.A.) a la cual se le decía “poyera” y se encargaba de cobrar la “poya”,que era el impuesto relacionado con la cantidad de panes que tenía. Te lo cobraban en especie, creo que era de cada treintena, un pan; de 15 medio, o algo por el estilo. Si había algo extraordinario se llegaba a un acuerdo con la “poyera”. Yo creo haber conocido ”Poyeras” a ”Las Pajaritas”, “Las Mateas”, “Las Zurdas”, “Las Donatas”, “La tía Florencia del Carela”, “El tío Martín del Seco” y quizá me olvide de otros.


El día de masar, aparte del pan normal, se hacían un par de “raspados” que eran del mismo material que el pan, pero planos y alargados de tres dedos de grosor, tostaditos por encima y muy apropiados para mojar en los huevos fritos. También se hacían “sequillos” que era una torta muy delgadita y marcada a cuadritos, que al estar crujiente y con un poco de azúcar por encima, sabia a gloria. Se hacia otra torta de “masadura” aquella se masaba y remasaba con aceite, dejándola un par de dedos de gruesa y también resultaba muy buena. En verano se hacían tortas de manzana y de nueces, y otras veces te decía la madre:”anda hijo mío… coge un huevo del cesto y ve a casa de la “tía” Manolica “la Parda”;que te dé 2 sardinas de cubo" y con ellas, se hacían 2 bollos con sardina, cosa exquisita.


Una vez habías pagado la “poya”, ya podías recoger tus panes, tu “masero”, tu “mandil” plegado y la “caja de ir al horno”. Los panes a la canasta, que con los demás utensilios, lo ponías todo en los “palos de ir al horno” y cualquiera te ayudaba a llevar la mercancía a casa. Puestos los panes en un cañizo en la “masadería” ya estaban a punto para ir a coger el pan nuestro de cada día.


El hornero u hornera de turno, tenían la misión de mantener el horno en las mejores condiciones, tanto mientras desarrollaban el trabajo, como después de haber hecho la faena. Pasaban de tanto en tanto a vigilarlo y si hacia falta, echaban una “calda” (porción de combustible), unos tormos o terrones de carbón para ir manteniendo vivo el horno. La última ”calda” solían echarla allá por la media noche.

Manuel Tomeo

El Sebastián

11.7.10

RECUERDOS (4)

ENTRETENIMIENTOS QUE SECELEBRABAN EN ALCAINE PARA LA FESTIVIDAD DE SAN AGUSTIN PATRONO DEL PUEBLO

La "corrida" ( la carrera pedestre).

El día de San Agustín (28 de Agosto) el Sr. Alcalde, los concejales, el Alguacil, y algunas personalidades mas del pueblo, celebraban una comida patronal en el Ayuntamiento. Y después de comer, se preparaban todo lo que era necesario para ir a celebrar la "corrida". El Sr. Alcalde, ordenaba al alguacil echar un bando, que dando la vuelta al pueblo, haciendo 7 u 8 paradas y en cada una de ellas, después de un toque de corneta, decía lo siguiente: "De orden del Sr. Alcalde se hace saber: Que esta tarde a las cuatro y media, se celebrara la “corrida pedestre” para los hombres, tanto forasteros como del lugar. Será como todos los años, en el “hocino” al lado del cementerio.”

En el Ayuntamiento, se preparaban todos los complementos para la "corrida" y demás: la comitiva, los premios, la música que tenia que amenizar la "corrida" y el recorrido de ida y vuelta al pueblo. El alguacil se ocupaba de preparar la bandera, que en el palo o asta tenia que colgar siete pollos de corral vivos, para bajarlos a la “corrida”. Con este equipaje, el Ayuntamiento en pleno, los músicos, que eran los “ Gaiteros de Lahoz”, con su clarinete y su tambor redoblante, mas toda la gente que quería acompañar.


A las cuatro de la tarde se salía del Ayuntamiento y por la calle de la plaza-alta, calle de San Miguel, (aun no estaba hecho el muro de la carretera), se bajaba por la "costera" (la Cuesta del lugar) o cuesta de San Francisco, hasta un poco mas abajo de la "cueva del pelaca", donde se torcía en la bifurcación a la izquierda para bajar por la "costera del Susano" (cuesta del Susano ) cruzar el "hocino"y llegar al punto de salida.


Todo este recorrido iba amenizado por la música de los gaiteros. Llegando a tal sitio, el Sr. Alcalde con su vara de mando hacía una "raya" (una ranura) en el suelo, qué significaba la meta o punto de partida y llegada. Entonces mandaba echar otro pregón al alguacil, que decía así: "Todos los hombres y jóvenes que quieran participar en la corrida, tanto forasteros como del lugar, que se personen en la “raya”. El Sr. Alcalde dará la salida tirando tres piedras y dirá: a la una… a las dos…y a las…tres . En ese momento empezaban a correr desde la "raya" hasta la cuesta de los "blanquizales" que allí estaba el guarda del pueblo esperando que todos participantes dieran la vuelta a su alrededor y volver hacia la "raya" para empezar la segunda vuelta, porque a los corredores, se les advertía, antes de salir, que la "corrida" eran dos vueltas. Si alguno no las cumplía, quedaba eliminado.
Cuando llegaban a la "raya" por segunda vez, el Sr. Alcalde les entregaba los premios por orden de llegada: al primero tres pollos de corral; al segundo dos pollos y al tercero un pollo, todos vivos. Los demás participantes no tenían premio. Cuando salían los corredores de la "raya" los gaiteros amenizaban la carrera como una marcha alegre y rápida. Esta musiquilla, nos la puede reproducir con todo detalle Cipriano Gil Miguel (padre de Cipriano Gil Gil, actual alcalde ) que con su gaita hecha por él mismo de una canilla de buitre, la sabe tocar con todo detalle y con un estilo impecable.


Esta "corrida" o carrera que cuento, la vi y la viví allí mismo.
El primero en llegar fue José Adán (alias el Ramone ), el segundo fue Jesús Gascón Quilez (alias el Jesús el Sidro) y el tercero fue Pascual Lahoz Romeo (alias el Pascual el cafetero). Por aquel entonces, al "Ramone" no había quien le pisara los talones, por aquellos pueblos alrededor del nuestro. Ya sabían todos que el "Ramone" era el mejor.

Bueno : Pues de los siete pollos que se bajaban a la "corrida" aún sobraba uno y éste colgado en el palo de la bandera, el alguacil lo subía hacia el ayuntamiento, agrupado por todas las autoridades, las gentes que querían acompañar y los gaiteros amenizando el regreso. Acto seguido se iba a celebrar un concurso de jotas bailables por parejas, y saliendo al balcon y exponiendo el pollo, el alguacil, después de su toque de corneta, echaba este bando: "por orden del Sr. Alcalde se hace saber: que todas las personas que quieran bailar la jota por parejas, tanto forasteros como del lugar, se presenten en la plaza de cemento (hoy del "tenor Albero"). Los Gaiteros tocarán jotas bailables y a la pareja que se considere que mejor ha bailado, se le premiará con el pollo expuesto". (por eso se llamaba el baile del pollo)

Después de la entrega del premio, la "banda de música" (o sea los gaiteros) tocaban piezas bailables para todo el personal, hasta la hora de cenar.


Ahora volviendo otra vez a las "corridas" esta que yo cuento, creo que fue la última que se corrió en el "hocino" (que por cierto allí corrían casi todos descalzos). Después se hacían las "corridas" en la carretera y desde la "era del feo" hasta "el garaje" también dos vueltas. Y aquí el "Ramoné" ya algo mayor, fue vencido por otro corredor del pueblo Miguel "el Canovas", después vino Valentin "el Sidro" después el "Fontanillas" (hijo de una familia catalana que vivieron en el pueblo que luego se hizo corredor profesional); después vinieron Pascual "el Churro", Jerónimo "el Royo" y de los que vinieran después ya no puedo dar razón, porque me vine a Barcelona.


Así que mas o menos, este es un episodio de los que se celebraban con mucha animación en las fiestas Patronales de ALCAINE

2.5.10

RECUERDOS (3)

LA SEMANA SANTA


Aún puedo acordarme yo de cómo se celebraba la “SEMANA SANTA” en Alcaine, mi pueblo, allá por los años 40 y tantos. ¡Con que devoción y respeto se vivía en aquellos tiempos!

El Jueves Santo tenía una importancia tremenda.
A nadie se le ocurría ni siquiera hacer intención de trabajar en ninguna clase de actividad. Era fiesta total y muy sentida.
La única faena que se hacía era ir a la iglesia a rezar y visitar “el Monumento”. Se tenía tanta fe, creencia y respeto a las normas, que nadie intentaba hacer otra cosa.


El Jueves y el Viernes Santo las campanas de la iglesia no se dejaban oír, estaban muertas y para anunciar los oficios divinos, los monaguillos junto con otros chicos, salían de la iglesia, provistos de matracas y carracas (rodetas les decíamos en el pueblo). Se daba la vuelta al pueblo; se hacían paradas de trecho en trecho, para que se enterara todo el vecindario y en cada parada se cantaba esto: ”Fieles cristianos, al primer toque, a misa”.
Eran siete u ocho paradas, y se daban tres vueltas al pueblo, repitiendo lo mismo; solo cambiaba el decir: “Al primer toque”, ”Al segundo toque” o “Al tercer toque” según la vuelta que íbamos dando. Estos llamamientos sin campana, se hacían el Jueves y el Viernes Santo, tanto para las misas, víspera, rosarios o para cualquier rezo que se quisiera oficiar.


Pero el Viernes Santo se celebraba la gran ceremonia del Vía Crucis. Se desarrollaba en el “Monte Calvario” (los Calvarios para el pueblo).


Los Calvarios por aquella época, eran un recinto precioso, el cual estaba protegido. Por la parte de abajo y por la izquierda por muretes de piedra (paradas les decimos en el pueblo); por la derecha, por ribazos de tierra elevados y por la parte de arriba por la montaña del Serrallón para que no se pudiera entrar con facilidad. La entrada y salida estaban protegidas por dos grandes puertas: una al principio de la calle más baja, y otra al final de la calle más alta y última. Tenían mas de dos metros de altas y un par de metros de anchas; partidas en dos hojas y con sus buenas cerraduras y bajo un amplio sobreportal por donde los críos paseábamos por encima como si tal cosa.
El Calvario se componía de ocho calles, unidas entre si y en zigzag, para salvar el desnivel de la ladera. Todas ellas estaban pobladas de olivos en sus orillas y de tanto en tanto algún ciprés, y muchos en la calle más alta. También había en las calles y repartidos proporcionalmente catorce “peirones” representando cada uno una estación del Via Crucis.


Pues bien, para ir a rezar el Via Crucis al calvario se partía de la iglesia, que estaba a unos cien metros del mismo por la parte de abajo, y con el sacerdote vestido para la ceremonia, nos dirigíamos por la calle de San Miguel y en procesión hasta el Calvario, llevando en andas una tarima y entre cuatro personas, la imagen de la Virgen Dolorosa y otra persona con un gran crucifijo. Caminando se iba cantando y rezando los cánticos y oraciones de tal oficio divino, empezando por el “Miserere” y siguiendo también el “Perdona tu pueblo Señor”, el “Amante Jesús Mio” aparte de las demás oraciones “Padre Nuestro” “Ave Maria” y “Gloria”.


Pero a los cuatro pasos de entrar en la primera calle, te encontrabas con el primer peirón de un par de metros de altura; cuatro lados de cincuenta o sesenta centímetros de ancho y arriba una cúpula, con una hornacina, que dentro tenia un azulejo de unos veinticinco centímetros en cuadro y pintado, representando la primera estación, que muestra cuando “JESUS ES CONDENADO A MUERTE”. Delante de este peirón y arrodillados, se rezaban las oraciones y luego puestos de pie y caminando se cantaba parte del Miserere y el “Perdona a tu pueblo


Perdona tu pueblo Señor
Perdona tu pueblo
Perdónale Señor
No estés eternamente enojado
No estés eternamente enojado
Perdónale Señor



Y se seguía caminando y cantando


Amante Jesús Mio
!Oh cuanto te Ofendí
Perdona mi extravió
Y ten piedad de mi
Y ten piedad de mi
Mirándote exánime
Clavado en esa cruz
Nos das dolor y lastima
Amante y buen Jesús.



Con la procesión en marcha se llegaba al segundo peirón que con su azulejo representativo, indicaba la segunda estación mostrando a: “JESUS CARGA CON LA CRUZ”
Se hacían los mismos rezos y ofrecimientos que en la anterior.


Se iba a buscar el tercer peirón que se correspondía con la tercera estación “JESUS CAE BAJO EL PESO DE LA CRUZ”.


Caminábamos hacia el cuarto peirón con la cuarta estación “JESUS SE ENCUENTRA CON SU MADRE”. Se hacían las mismas ceremonias que en las anteriores, que como ya he dicho antes eran ocho preciosas calles, en lo que hoy es el aparcamiento y su entorno.


Seguíamos hacia la quinta estación “JESUS ES AYUDADO POR EL CIRINEO” bien representada en su peirón correspondiente, con toda la fe y entusiasmo donde ofrecíamos todo el repertorio.
Seguía la procesión con todas sus plegarias, para alcanzar la sexta estación “LA VERÓNICA, LIMPIA EL ROSTRO DE JESUS”. En su propio peirón su azulejo demostrativo.


Se seguía avanzando después de haber cumplido todos los rituales, a encontrar la séptima estación “JESUS CAE POR SEGUNDA VEZ BAJO EL PESO DE LA CRUZ”. Lo mismo, en su peirón quedaba reflejada la triste escena. La procesión seguía su caminar con toda devoción y respeto, repitiendo y entonando la misma liturgia, así hasta encontrar el octavo peirón. En su azulejo se mostraba la octava estación en donde “JESUS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALEN”. Postrados de rodillas y rezando las oraciones, en este fervoroso momento, se oía a lo lejos una ”saeta”(cántico religioso andaluz) interpretada por María Carreras, María "la andaluza", que por aquellos años vivía en el pueblo y que se casó con Silvestre Luna, Silvestre "el meta", hijo del pueblo.


El cántico decía así:


Ya viene la DOLOROSA
Con el corazón partido
Viendo a su hijo JESUS
Soportando este castigo



Después de este emocionante momento, con sentida admiración, reemprendíamos la marcha con toda la procesión y sus cánticos, e íbamos a encontrar la novena estación que en su peirón y azulejo nos mostraba cuando “JESUS CAE POR TERCERA VEZ BAJO EL PESO DE LA CRUZ”. Arrodillados ante él para rezar y luego ya en pie, caminábamos repitiendo los cánticos, e íbamos a por la décima estación donde se veía en el dibujo del peirón a “JESUS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS”. Las mismas ceremonias que en las anteriores, y siguiendo con la misma devoción y buen deseo, llegábamos ante la undécima estación. Su peirón mostraba “JESUS ES CLAVADO EN LA CRUZ”. Arrodillados ante él y cumpliendo todas las normas establecidas, en pie, otra vez andando y cantando los cánticos religiosos, llegábamos a la duodécima estación. La triste escena representada en el peirón, nos hacía ver cuando “JESUS MUERE EN LA CRUZ”. Se seguía adelante y a conseguir llegar al otro peirón. Ya nos marcaba la decimotercera estación. Representaba el grabado, cuando “JESUS ES BAJADO DE LA CRUZ” otra conmovedora escena a la cual se le dedican todos oficios, y en la última calle y en su mitad, nos encontrábamos con una pequeña “capillita”. En su interior había una imagen de la Virgen del Rosario y otra de San Antonio de Padua. También se rezaba arrodillados delante de ella, y puestos en pie, a buscar la decimocuarta y última estación. En el peirón su azulejo estaba representado cuando “JESUS ES SEPULTADO”.


Delante de este peirón se terminaban los rezos y cánticos de la procesión y se llegaba a la plaza del Sepulcro, una plazoleta con un gran olmo en el medio, donde estaba el sepulcro ( hoy en día, todo esto está desaparecido). Era una gran ermita con altares a los lados y al fondo un altar mayor, donde había una gran imagen tallada de Nuestro Señor Yacente. Estos altares estaban muy arregladitos para estas celebraciones y además había una señora que se cuidaba de iluminarlos de una manera muy especial. Tenía unos platos, en los que ponía unas doce o catorce cáscaras de caracol, las rellenaba de aceite y dentro les ponía una mechita de algodón que al prenderles fuego, daban un aspecto original y muy llamativo. Esta señora, la tía Dolores “la Bernardina” se encargaba de hacerlo, cuidarlo y mantenerlo durante los “oficios”. Todo el personal quedaba sorprendido de tal maravilla y ya con todos los feligreses dentro del sepulcro, el sacerdote rezaba un responso y una vez acabado, se salía y por la calle de la “nevera”, se bajaba hacia la iglesia para celebrar las vísperas. El sacerdote subido en el pulpito o predicadera nos echaba el sermón de “ la bofetada”, que significaba que habiéndole dado a Jesús una bofetada sin ningún motivo Él pone la otra mejilla para hacerles ver la injusticia que cometían. Otras veces también echaba el sermón de las “siete palabras” que eran como siete frases sensatas y sentenciosas.


Terminados estos oficios divinos ya se había cumplido con la obligación y devoción de la Cuaresma.
Al día siguiente ya era Sábado de Resurrección y al otro Domingo de Pascua, una gran festividad. Entre la noche del Sábado de Resurrección y Domingo de Pascua, los mozos solíamos “enramar “ a las mozas, poniéndoles un pino al lado de la puerta o un arco de barda en la ventana, que las mozas agradecían dando después en recompensa una buena tarta (la “rosca” le decíamos aquí”) que después íbamos a comerla al puente de “Val del agua” todos juntos. Allí preparando bailes y juergas con aquella alegría y vitalidad de la juventud, terminábamos la CUARESMA Y LA PASCUA.

7.2.10

RECUERDOS (2)

 
Caracol tallado en madera de olivo por Manuel Tomeo
UNA ROGATIVA
(Contado y cantado...Hacer click para escuchar)


De vez en cuando a uno le acuden a la memoria cosas que, como es natural, ocurrían y se hacían con gran fe y devoción en nuestro pueblo, Alcaine. Esto sucedía cuando los periodos de sequía se alargaban más de lo normal y la gente veía peligrar las cosechas por falta de agua. Entonces, los fieles del pueblo, convocados por el sacerdote, se reunían en la iglesia para tratar de hacer plegarias o “rogativas” para implorar a toda la corte celestial que nos mandara agua. Como cada santo tenía su encomienda o cometido, se les suplicaba de esta manera:
A San Pedro apóstol: para que nos abra las puertas del cielo.
A San Isidro: para que nos cuide los campos de trigo.
A San Pancracio: para que nos de salud y trabajo.
A Santa Lucia: para que podamos ver la luz todos los días.
A Santa Rita: para que haga posible la paz bendita.
A Santa Bárbara: para que las tormentas sean solo de agua.
A San Cristóbal: para que nos guíe prudente y normal.
A San Miguel: para que nos pese el alma bien.
A Santa Susana: para que en las dudas nos indique la senda más llana.
A Santa Margarita: para que el agua sea bendita.
A Santa Catalina: para que nos cuide bien la cocina.
A Santa Magdalena: para que la suplica sea buena.

Este santoral no tendría final, así que a todos rogábamos con gran voluntad. El sacerdote en la iglesia nos explicaba la vida y milagro de los santos, dándonos una buena plática. De la iglesia, con el cura revestido con las ropas adecuada y acompañado de dos monaguillos (uno llevando una gran cruz con Jesucristo y el otro con un recipiente para llevar el agua bendita y el hisopo), se marchaba con idea de bendecir todos los campos.

El recorrido o romería salía de la iglesia, yendo por las calle de San Miguel y por debajo de los calvarios, hasta llegar a la era del cabezuelo en las afueras del pueblo. De la iglesia se salía mencionado a cada santo o santa, cantándoles el nombre y respondiéndoles “ora pro nobis” (reza por nosotros), como una letanía. Se cantaba de esta manera:

Santa Margarita: … “Ora pro Nobis”.
Santa Catalina: … “Ora pro Nobis”.
Santa Susana: … “Ora pro Nobis”.
Santa Bárbara: … “Ora pro Nobis”.
San Pancracio: … “Ora pro Nobis”.
San Miguel Arcángel: … “Ora pro Nobis”.
San Pedro Apostol: … “Ora pro Nobis”.
Santa Magdalena: … “Ora pro Nobis”.
Y así santos y santas hasta el final del recorrido.

Allí, en el destino, se invocaba a la Virgen de esta manera:
Agua te pedimos Virgen de la grieta”.
Se respondía: “Que por nuestras culpas hay muchas abiertas”.

Pero como es normal, nunca llueve a gusto de todos. Esto lo cuento porque venían de la parte de Valencia unos tejeros para hacer tejas en la tejería del pueblo (las que cada vecino les encargaba). Procuraban venir cuando ellos creían que el tiempo iba a ser seco o de escasas lluvias, pero si coincidían con la rogativa también iban, pero ellos pedían el ruego de otra manera. Mientras la mayoría decía “agua te pedimos…”, los tejeros, algo rezagados y mirando hacia otro lado, suplicaban “¡por Dios Santo, lluvia no, sol y viento, pero agua no!” Cuando se había acabado se volvía todos juntos a la iglesia a oficiar una misa, rezar, comulgar y esperar que el milagro se produjera.

23.1.10

RECUERDOS (1)

EL ROSARIO DE LA AURORA
(Contado y cantado...Hacer click para escuchar)

En este mi pueblo, Alcaine, teníamos la devoción y costumbre de rezar el rosario y entre estos estaba el de la Aurora. Se rezaba la noche del Sábado de Gloria, o sea, al terminar la Cuaresma y entre el final de la noche del sábado y el amanecer del domingo de Pascua, esto es a la llegada de la aurora. Se empezaba saliendo de la iglesia y se iba recorriendo como una rondalla, pero rezando y cantando, cánticos y coplillas religiosas. Se hacían 7 u 8 paradas, como cuando se echaba un pregón, para que se enterara todo el pueblo…

La primera en la plaza de la iglesia, y decía así:
Aquí empieza el rosario,
fieles cristianos,
que con fe y devoción,
todos rezamos.

Y seguía este estribillo:
Viva María
muera el pecado
y Jesús sea siempre glorificado

Ya andando hacia la plaza alta, se rezaba el Padre nuestro, díez Avemarías y el Gloria. En la plaza alta, parada y otra coplilla:
Las partes del rosario,
son escaleras,
para subir al cielo,
las almas buenas.

Otra vez al estribillo y al rezo y caminando hasta la puerta de la casa del cura (hoy el albergue), y allí otra coplilla:
El demonio a la oreja
te está diciendo,
deja misa y rosario,
sigue durmiendo.

Y el mismo estribillo de viva María y rezo. Caminando hacia las cuatro esquinas, nueva parada y coplilla:
Los que van al rosario,
no tienen frío,
se sienten arropados,
por Jesucristo.
Se sigue el recorrido, ahora hasta el Planillo, cantando y rezando el mismo repertorio. En el Planillo otra coplilla:
Al rezar el rosario,
Virgen bendita,
el demonio se aleja,
más que deprisa.


Viva María, rezo, estribillo y adelante.

Del Planillo a la Casa Solada y allí otra coplilla, después de haber llegado cantando y rezando:
Te rezamos los fieles,
Virgen María,
para que nos protejas,
todos los días.

Se sigue la marcha rezando y cantando el estribillo, hasta la Herrería. Aquí otra coplilla:
Los fieles que rezamos,
a cualquier hora,
es el mejor momento,
este de la aurora.

Se sigue caminando y con el rezo, y cantando hasta la puerta de la iglesia, donde termina el rosario con esta coplilla:
Aquí acaba el rosario,
reina y señora,
al que todos llamamos,
el que la Aurora.

También soliamos añadir una coplilla un poco irónica, la cual decía:
Los que van al Rosario,
No tienen frio,
Porque llevan la tripa,
Llena de vino.


Y así finalizaba

Yo, aún tuve la suerte de participar en un rosario de estos en mi mocedad. Nos dirigía Mosén Dionisio, un sacerdote joven de la Hoz de la Vieja, recién ordenado, y que ejercía su ministerio en Alcaine por los años cincuenta (por cierto, fue el que me casó). Con él empezamos el Rosario, pero a las pocas coplillas nos dejó, porque aquello no lo veía muy claro. Es que en cada parada la vecindad nos ofrecía cosas: un vaso de vino, una copa de aguardiente, unas pastas, una botella de moscatel y mil cosas más. Y claro, poco a poco, se caldeaba el ambiente y la gente se desmadraba, y en vez de rezar, se cantaba, se decían palabrotas… y era tal el alboroto que aquello terminaba escandalosamente, entre discusiones y peleas.




De aquí viene que cuando una reunión o juerga acaba de forma distorsionada, se dice: “esto va a terminar… como el Rosario de la Aurora”.

Manuel Tomeo
El Sebastián

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