En nuestro pintoresco y original pueblo de Alcaine,
siempre hemos tenido costumbres o normas de convivencia para llevar las buenas relaciones
entre la vecindad. En estas costumbres o normas estaba la de formar cofradías,
que eran como un club de amigos.
Yo particularmente he conocido
dos: La de los Santos Mártires (o
habaneros) que la celebraban sus “cofrades” el día veinte de Enero (festividad
de San Fabián y San Sebastián). Esta cofradía estaba compuesta por los hombres que habían
participado en la guerra de Cuba (allá
por los años 1898 o por ahí), personas bien conocidas en el pueblo con
el cariñoso apodo o mote de los Habaneros. Lo curioso de esta cofradía es que salieron hacia Cuba el día
veinte de enero y regresaron a España también el día veinte de enero (bonita casualidad
¿verdad?). Después a esta cofradía se agregaron también los que combatieron en la guerra de África (allá por los años 1920
y tantos). Disfrutando todos juntos en la misma fecha de conmemoraciones, con
mucha alegría y gran animación todos
armoniosamente.
Pero hubo antes de esta cofradía otra, llamada de San Antón en honor a San Antonio Abad, (patrón
de los animales), y se celebraba el día diecisiete de Enero. Lo disfrutaban con
mucho entusiasmo y gran alboroto, porque ese mismo día empezaban los carnavales.
El caso es que esta cofradía tenía una peculiaridad muy especial. Estos
cofrades tenían la tradición, todos de acuerdo, de comprar un cerdico (un
tocinico) allá por el final de la primavera. A este animal se le dejaba vivir a
sus anchas, sin vacía fija donde comer, ni porquera (o casilla) donde dormir;
todo lo hacía como buenamente quería o podía. Al andar siempre suelto, recorría
todo el pueblo procurando alimentarse donde encontraba algo. Alguien le daba
algún desperdicio de comidas, voluntariamente, pero más bien recibía algún
garrotazo. La cuestión es que a trancas y barrancas vivía su medio año, más o menos
el animalito, hasta que le llegaba su hora fatal. De aquí viene la leyenda que
cuando una persona anda mucho por las calles, por aquí asomo por allá traspongo,
sin una misión fija que cumplir se le
decía: “este se paice al tocinico de San Antón”. Total, que llegado el día
señalado, había que sacrificar al “tocinico, cosa que se hacía; pero además de
preparar todos los utensilios para guisarlo (sartenes, ollas, parrillas, leña, fuego
y etc.). Con todo ya apunto de actuar, no se olvidaban de cumplir con parroquia. Se celebraba una misa por todo lo
alto, saliendo el cura bajo palio acompañado por seis “hacheros” con sus hachas
encendidas (las hachas eran como unos grandes
cirios, como metro y medio de alto y grueso como el doble del palo de la
bandera) y en procesión y rezando se daba la vuelta al pueblo.
Luego, con posterioridad a la
procesión, unos a preparar la comida y otros a componer mesas y asientos hasta
que llegaba el momento cumbre. Mucho y
bien comer del famoso “tocinico”, que también se regaba en abundancia con el
buen vino cosechado y elaborado en el mismo pueblo por las gentes del lugar. Después,
como es natural, bien comidos y bien bebidos, aflora el humor y la alegría, ya
se empieza a cantar, más tragos y más juerga, hasta que al final de la tarde se
organizaba un rondalla para dar la vuelta al pueblo parando de trecho en trecho
a cantar las animadas jotas y además, remojar las gargantas por si se
iban secando, que aquí todos querían cantar su “jotica”. Esta rondalla tenía la
particularidad que en ella participaba las caballerías (caballos, mulos o
machos como se les decía en el pueblo y los
burros), montados por sus propios dueños y además tapados con cubiertas
de colorines u otras ropas bien floreadas que llamaran la atención que para eso
era carnaval. Había que seguir manteniendo ese buen ambiente y al ir todos un
poco más “cargadicos” de lo que marcan los cánones, cada uno soltaba su “¡viva
esto¡” “¡viva lo otro¡” y algún exaltado (que en todas partes los hay) soltaba
el improperio para hacerse el interesante y llamar la atención “¡¡viva San Antón¡¡
mecaguen el Copón¡¡” Más bien como dicho o por hacerse el gracioso y dejarse oír
que por ofensa al clero ni a la iglesia. Terminada la vuelta al pueblo con la
rondalla, se daba por terminada la fiesta.
Conque todos satisfechos por su
buena faena, a esperar la llegada del año siguiente. Los enseres y utensilio de
la cofradía y la fiesta (ollas, sartenes, parrillas y etc. además del palio, hachas,
velas y demás cosas) se guardaba en la
sacristía de los cofrades que está o estaba frente a la sacristía del cura, o sea,
a la izquierda del Altar Mayor. Este es el pequeño recuerdo de una de las curiosidades o tradiciones, que se han
vivido en nuestro singular y muy queridísimo pueblo.
Febrero del 2015
Manuel Tomeo Lerin (El Sebastián)
1 comentario:
Qué grande eres, Manuel!!!...gracias a tu memoria y a publicarlo no se perderán esas tradiciones de nuestro querido Alcaine..hoy ya casi olvidadas.
Ánimo y sigue así...descubriéndonos costumbres y tradiciones de nuestros antepasados . Gracias
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