Fotografía M.A.Gil
Lo primero que se hacía era ir a pedirle la levadura a cualquier vecina, que hubiera masado recientemente. Al masar, siempre se guardaba un poco de levadura. Después mandaban algún pequeño de la familia a buscar la “chapa.” Este requisito era indispensable.”La chapa” era un cartón redondo de unos cinco cm. de diámetro, con un agujero en la parte superior y una cuerda para colgarla y en el centro, unos números ,marcando un horario que podía ser: las (8) las (8`30) las (9) las (9`30) y así hasta las (12). Estas “chapas”, las tenían los horneros u horneras. La madre te decía: anda hijo mío, ve a casa del tío tal y que te de “chapa” para las 9 y si no la tenía te la daba para la hora mas próxima. La “chapa” era el justificante para poder desarrollar la faena en el horno.
Yo de horneros en activo conocí: “el tio” Adán, “la tía” Teresa “la hornera” o del tío Trubio, “la tía” Teresa “la cuadrada” y “la tía” Manolica “la caretas”.
Y ahora volvamos al principio. En casi todas las casas había un departamento que se le decía la “masadería”, en el cual estaba la “artesa” para masar. La artesa era un recipiente de madera, bastante mas largo de un metro, ancho unos 70 cm. y de altura unos 40 cm., mas ancha de arriba que de abajo y con una buena tapadera.
En la “masadería” también se guardaba alguna talega de harina y en la artesa un “ciazo” (cedazo o tamiz) que se empleaba para cernir o tamizar la harina para que quedara limpia de toda impureza, con el fin de hacer un buen pan.
Pues con todo preparado en la artesa, levadura, agua y harina, la levadura se disolvía en agua y con aquella agua y harina, se iba mezclando hasta hacer una pasta espesa, la cantidad que podían voltear con un brazo y hacían tres o cuatro fardos. Cada fardo de masa que hacían lo depositaban en una canasta de mimbre que tenían al lado y preparada con un “masero” (mantita de lana fina) y cuando estaba llena la canasta, la tapaban con el masero, hundiendo el puño en lo alto; cuando aquel hoyo desaparecía por efecto de la fermentación ya estaba la masa a punto para llevarla al horno.
Los preparativos se hacían al anochecer, pero el amasar se empezaba a las tres o las cuatro de la madrugada. De la masa antes de fermentar, sacaban un puñado, para hacer luego unas torticas a la sartén, que friticas y con un poco de azúcar por encima nos parecía un manjar. De la masa fermentada también se guardaba una pequeña cantidad para “levadura”.
Alrededor de la hora señalada en la “chapa” ya se tenían preparadas unas "andas" que se les decía (los palos de llevar la canasta) y llamando a cualquier vecina le decías: ¿quieres ayudarme a llevar la canasta? Y te respondían que sí, sin ningún reparo. En este viaje también se llevaba la “caja de ir al horno” (un cajoncito de unos 40 cm. de largo, un palmo de ancho y separado en 2 partes por una tabla de madera que sobresalía por arriba formando un asa decorada para cogerlo). Un departamento iba lleno de harina y la “rasera” (instrumento para cortar la masa allá en el horno) y en el otro, la aceitera, azúcar ,o cualquier otro ingrediente, por si se hacia algo extraordinario.
Al llegar al horno, el hornero u hornera te asignaba el sitio que te correspondía. El horno, un gran departamento con su puerta y su ventana, tenía en tres de sus paredes dos ringleras de anchos tableros o aparadores, donde se colocaban las masadas y sus derivados encima de un “mandil” que era como una fina manta de lana para proteger la masa, y en la otra pared, estaba el verdadero “horno de pan cocer” con su bocana para entrar y sacar el pan y por el otro lado otra abertura por donde se controlaba el fuego, la alimentación del mismo, la temperatura y retirar las cenizas. En la parte que te tocaba de esos tableros ponías tu masada, hasta que comprendías que estaba a punto de preparar los panes, que a esto se le llamaba adelgazar. Esta faena se hacia en un gran tablero que había en medio del salón. Allí colocabas tu “masero”, tu “caja de ir al horno” con su harina ,rasera, aceitera y demás ingredientes, acercabas la masa en partes y empezabas a modelar los panes que además para distinguir uno de otros a cada uno se le ponía su señal.
Había estas señales:
- el “moño” que era como un cordón grueso como el dedo y se colocaba encima del pan de lado a lado.
- el “pizco (o pellizco) cerrado” que se hacía apretando un pellizquito en la parte alta del pan y quedaba como una pequeña púa de guitarra.
- el “ pizco abierto” que era como el anterior pero partido.
- el de “ cortada” que le hacían al pan un corte en la parte baja.
- el de “ señalador” que era un aparato de hierro con cinco redondeles que en el del centro salía un mango y con este aparato se marcaban los redondeles encima, dejando bien visible la señal.
Estos panes crudos,tapados con el “mandil” los guardabas en el tablero que el hornero te había asignado, hasta que éste te decía “ya te toca a tú”(o sea ,ya es tu turno). El horno disponía de unas ”palillas” (tablas delgadas, de unos 80 cm. de largo, mas unas manillas para cogerlas, y unos 25 cm. de anchas) adecuadas para transportar el pan, tanto crudo como cocido. En ellas se ponían los panes crudos y se los acercaban al hornero; este los ponía en el palón o pala grande de mango muy largo. El hornero se encargaba de poner los panes crudos en el palón, abrir la bocana del horno y colocar los panes crudos en el sitio mas adecuado del horno, para que se fueran cociendo bajo su atenta vigilancia.
Cuando comprendía que estaban cocidos, avisaba a la dueña, que acudía con su palilla a recoger los que le iba entregando el hornero y los llevaba al tablero para que se enfriaran y contar las piezas que tenía. Este recuento venia a verificarlo una persona socia del horno (el horno era de una S.A.) a la cual se le decía “poyera” y se encargaba de cobrar la “poya”,que era el impuesto relacionado con la cantidad de panes que tenía. Te lo cobraban en especie, creo que era de cada treintena, un pan; de 15 medio, o algo por el estilo. Si había algo extraordinario se llegaba a un acuerdo con la “poyera”. Yo creo haber conocido ”Poyeras” a ”Las Pajaritas”, “Las Mateas”, “Las Zurdas”, “Las Donatas”, “La tía Florencia del Carela”, “El tío Martín del Seco” y quizá me olvide de otros.
El día de masar, aparte del pan normal, se hacían un par de “raspados” que eran del mismo material que el pan, pero planos y alargados de tres dedos de grosor, tostaditos por encima y muy apropiados para mojar en los huevos fritos. También se hacían “sequillos” que era una torta muy delgadita y marcada a cuadritos, que al estar crujiente y con un poco de azúcar por encima, sabia a gloria. Se hacia otra torta de “masadura” aquella se masaba y remasaba con aceite, dejándola un par de dedos de gruesa y también resultaba muy buena. En verano se hacían tortas de manzana y de nueces, y otras veces te decía la madre:”anda hijo mío… coge un huevo del cesto y ve a casa de la “tía” Manolica “la Parda”;que te dé 2 sardinas de cubo" y con ellas, se hacían 2 bollos con sardina, cosa exquisita.
Una vez habías pagado la “poya”, ya podías recoger tus panes, tu “masero”, tu “mandil” plegado y la “caja de ir al horno”. Los panes a la canasta, que con los demás utensilios, lo ponías todo en los “palos de ir al horno” y cualquiera te ayudaba a llevar la mercancía a casa. Puestos los panes en un cañizo en la “masadería” ya estaban a punto para ir a coger el pan nuestro de cada día.
El hornero u hornera de turno, tenían la misión de mantener el horno en las mejores condiciones, tanto mientras desarrollaban el trabajo, como después de haber hecho la faena. Pasaban de tanto en tanto a vigilarlo y si hacia falta, echaban una “calda” (porción de combustible), unos tormos o terrones de carbón para ir manteniendo vivo el horno. La última ”calda” solían echarla allá por la media noche.
Manuel Tomeo
El Sebastián
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